Adiós, Rafa
Me importa un rábano cómo es Nadal fuera de la pista: igual que el yo auténtico de un escritor está en sus libros, el auténtico yo de un tenista está en su tenis
Se retira Rafa Nadal y uno, que lleva media vida siguiéndolo como un hincha descerebrado y hasta escribiendo de vez en cuando sobre él, no sabe qué decir. Decir, por ejemplo, que es el mejor deportista español de la historia me parece una obviedad indigna de una despedida; decir que es uno de los mejores deportistas de la historia a secas, también. ¿El mejor jugador de tenis? Hay quien lleva tiempo diciéndolo, como André Agassi, que algo sabe del asunto; si nos atenemos a los números estrictos, es el segundo mejor, después de Novak Djokovic (con dos Grand Slam más que él) y antes de Roger Federer (con dos menos). Lo que en cualquier caso me niego en redondo a decir es que Nadal nos ha hecho mejores a todos, como imagino que se dirá a menudo estos días (sobre todo, en España). Falso de toda falsedad: el mejor es él; nosotros, empezando por los españoles, seguimos siendo una panda de infelices, y hoy un poquito más que ayer, porque sabemos que después de la final de la Copa Davis en Málaga ya no volveremos a ver jugar a Nadal. En realidad, ahora mismo es difícil hacerse una idea de la magnitud auténtica de este hombre. El último francés que venció en Roland Garros, Yannick Noah, es un héroe nacional en su país: ganó ese torneo en una ocasión; Nadal lo ha ganado en catorce (a distancia sideral del segundo en el ranking de vencedores). No sé si me explico.
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