Gente tóxica: un mantra social sin base científica para echar balones fuera
La moda de atribuir toxicidad a las personas ignora la complejidad del ser humano, fomenta culpar a los otros por sistema e impide que exploremos por qué la interacción con ciertos individuos nos genera malestar
Los gurús de la psicología ligera nos repiten que las personas tóxicas existen. Su potencial dañino, según sus alertas, puede oscilar entre los residuos radiactivos y un leve vertido petroquímico, pero el mensaje coincide: hay individuos que, de forma inherente, emanan toxicidad. Proliferan manuales para aprender a reconocerlos y a escapar de su terrible influjo. Aquellos rasgos que supuestamente los delatan conforman una antología de la maldad en su versión más retorcida: vampirismo energético y envidia crónica, sutil manipulación y egotismo sin fisuras, negatividad sistemática y cínico maquiavelismo. El término se aplica alegremente a parejas, jefes, padres o amigos, con el supuesto diagnóstico siempre a cargo de su teórico sufridor. Al parecer, todos podemos ser víctimas de gente tóxica. Y a todos, por supuesto, se nos puede calificar como tales.
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