La estación de las victorias preocupantes
Juega Bellingham y juega el equipo; no pasa el balón por Bellingham, o por quien mejor lo imite, y las luces quieren encenderse solas
El Madrid tiene más focos que interruptores. Más autores materiales que intelectuales. Eso produce siempre cierto desasosiego: hay muchos Michael Corleone dispuestos a matar a Sollozzo, pero pocos Clemenza que le dejen la pistola en el baño. El principal facilitador, y la comparación con el gordo Clemenza no va por el físico, es Jude Bellingham. Cuanto más pasa el balón por él, mejor juega el Madrid y más desconcertado está el rival. Él solo es un circuito eléctrico, un sistema nervioso. Se despojó de los marcajes pegajosos en el minuto 25 de partido, una jaula roja colocada en su zona de influencia, y el Real sintió que tenía que poner las trompetas en dirección a la portería del Stuttgart, que para entonces ya podía ir dos goles por delante: debía ir dos goles por delante si no fuese porque los dados, en el área del Madrid, caen cada vez menos misteriosamente del lado blanco; si no es Courtois es el palo, la suerte o la vida susurrando cosas.
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