De creencias ingenuas
Terminé el libro odioso con el que maté a una mosca para conjurar el sentimiento de culpa; esa obra acabó gustándome y me convirtió en lector
Estaba leyendo un libro odioso que le gustaba a mi profesor de literatura, no a mí. Tendría, no sé, 12 o 13 años y esa actividad formaba parte de los trabajos del verano. Para que no perdiéramos músculo, decían. ¿Qué músculo? Iba por la página 42 cuando una mosca se posó en la de al lado, la 43, y empezó a recorrerla de forma errática, como una madre que ha perdido a su hijo en el parque de atracciones. Se movía la mosca entre los sustantivos y los verbos como la mujer entre la gente. Cuando alcanzó la zona de la ingle, como aquel que dice, del volumen, lo cerré de golpe y la aplasté. Al abrirlo de nuevo, había una mancha roja porque las cabezas de las moscas tienen mucha sangre. Las patas parecían pedazos de un alfabeto roto.
¿Cuál es tu reacción?