Hasta que el sistema de dependencia os separe: “Si mi padre va a una residencia y mi madre no, se mueren de pena”
Desiderio Hernández y María Soledad Domínguez tienen demencia, él con un grado dos reconocido tiene derecho a un centro y ella, con un grado uno, no. Su hijo pide que “puedan terminar sus días juntos”
Cuando no se ven, se buscan por la casa. Llevan 60 años siendo la principal referencia del otro, compañeros de vida. Desiderio Hernández tiene 83 años y María Soledad Domínguez cumplirá 80 en unos días, viven en Plasencia (Cáceres) y están casados. Los dos tienen demencia, sus recuerdos se borran cada día un poquito más, pero su vínculo permanece intacto. “Se miran como si tuvieran 14 años. Es verse y se les ilumina la cara”, cuenta uno de sus hijos, José, que tiene 57 años y es su cuidador principal. “Si pasas un rato en casa, escuchas a mi padre decirle de vez en cuando ‘te quiero mucho, mi vida”, dice. Por ello su angustia está tocando techo estos días, ante la posibilidad de que la unión que tienen sus padres se rompa y los efectos devastadores que esto tendría sobre ambos. El padre está valorado con un grado dos de dependencia, lo cual le da derecho a una residencia. Ella, con un grado uno, no lo tiene. “Si él va a un centro y mi madre no, se mueren de pena”, se queja el hijo.
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