Juan Luis Goenaga, el pintor ermitaño que enamoró a Woody Allen

Fallecido el pasado verano, fue uno de los grandes del arte vasco. Visitamos el caserío donde creaba días antes de la exposición en el Museo de Bellas Artes de Bilbao que rescata su figura

Oct 16, 2024 - 20:00
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Juan Luis Goenaga, el pintor ermitaño que enamoró a Woody Allen

Mezcla indescifrable del náufrago Crusoe, el ermitaño Saturio y el Thoreau del ascetismo en los bosques, el artista Juan Luis Goenaga (San Sebastián, 1950-Madrid, 2024) lo fue un poco todo, asceta, ermitaño y, quién sabe, puede que algo náufrago. La historia del arte es una cosa y su vertiente social y su divulgación otras muy distintas, y lo mismo puede decirse de las demás disciplinas relativas a eso tan acaramelado que algunos dan en llamar “los bienes del espíritu”, mejor sería decir los procesos creativos en artes y letras. Así que Goenaga, fallecido el pasado mes de agosto en Madrid —murió en martes y 13 a las 13.13, ya es ser genial—, aún se estará riendo del chiste: el chiste que consiste en que el común de los mortales le conociera gracias a una película de otro “marciano” como él (las comillas son de su hija), en concreto Woody Allen y su Rifkin’s Festival, estrenada en el festival de San Sebastián de 2020. Allen había creado el personaje de un pintor problemático, cabreado y vividor (Paco, encarnado por Sergi López) cuya mujer tontea con un viejo profesor de universidad americano durante el festival de San Sebastián. El cineasta quería penetrar con su cámara en aquel estudio caótico que había imaginado y pidió a su equipo opciones de artistas, de lugares y de obras. El director artístico de la película, el francés Alain Bainée, le propuso conocer la obra de Goenaga y al propio artista. Flechazo. “Quiero rodar allí”, concluyó el autor de Manhattan. Pero el “allí” planteaba un problema. El estudio-taller-guarida-vivienda de Juan Luis Goenaga estaba en un lugar tan improbable como el minúsculo y encantador pueblecito de Alkiza, en las faldas del monte Hernio, allá donde dobla la esquina de la Gipuzkoa más profunda. Y a la Gipuzkoa profunda no se llega por carreteras convencionales. Y menos al caserío Aritzategi-Barrena —Aitzeterdi para los amigos— donde habitaba el pintor anacoreta, el real, vamos, Goenaga. Los tráileres de rodaje no podían pasar por el camino estrecho y curvo que lleva allí, así que el estudio del pintor tuvo que ser reconstruido tal cual, con decenas de cuadros descomunales y centenares de libros de arte, en otro lugar cercano, más concretamente en la localidad de Aia. Allí fue donde se conocieron Allen y Goenaga, quienes, sin apenas palabras debieron de intuir que pertenecían a universos paralelos. “Un diálogo de besugos entre dos marcianos parecidos”: palabra de la actriz Bárbara Goenaga, hija del artista y testigo de aquel encuentro.

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