La dimisión como servicio a la democracia
El Estado español no es fallido, pero ha fallado, y la única manera de recuperar la sensación de que los gobernantes nos representan es que asuman el fallo
El grito más coreado del lejanísimo 15-M fue “no nos representan”. A menudo, los representantes olvidan que la crisis de la democracia occidental se resume en esa consigna, que cuestiona su legitimidad como portavoces populares. Unos lo olvidan por conveniencia y otros, por esa amnesia que contraen a la mañana siguiente de jurar el cargo, pero la crisis no desaparece por ganar unas elecciones o ahormar una mayoría parlamentaria. Al contrario: cada maniobra de supervivencia, cada alianza oportunista y cada ladrillo puesto en los muros sanitarios contra la llamada antipolítica alimentan la sensación de que los políticos solo trabajan por su propio interés. La rabia de quienes no se sienten representados no para de crecer, y sin una cultura ni una organización que vertebre su protesta, los mesías populacheros y los gurús neofascistas tienen el campo de la predicación más receptivo que nunca.
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