La equidistancia como censura
A veces, solo se puede ser palestina, negra trabajadora. Y estar un poquito polarizada
Hace unos días participé en uno de los encuentros del bienestar auspiciados por la SER. Fue en Córdoba y charlé con Pilar Gómez, Bernardino León, Manuel Jabois y Pedro Blanco. El tema era la polarización. Resumo en esta columna la parte medular de mis intervenciones porque, mientras hablaba, me daba cuenta de que yo misma estoy polarizadísima y, de algún modo, me alegro. Empecé comentando que elegir el término “polarización” resulta contraproducente: quizá habría que abordar el tema desde la necesidad de recuperar un consenso democrático “imperfecto”, gestado en la Transición; un consenso cuyas imperfecciones hoy son el origen de una mancha de aceite que se va extendiendo. En la Transición, acaso inevitablemente, se quedaron abiertas brechas que dificultan el funcionamiento de la democracia: tras la muerte del dictador, porciones escandalosas del poder, el dinero, la justicia siguieron estando en las mismas manos. A esta rasposa textura característica de nuestra democracia se le suma un neoliberalismo global que roba o enajena las palabras más nobles de nuestro léxico: democracia —trasmutada en demagogia y oclocracia—, libertad, individuo, cultura…
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