La integración, palabra maldita
A un inmigrante no se le puede exigir nada que no se le exija a cualquier otro ciudadano: someterse al imperio de la ley
Integración es una palabra que le suena bien a casi todo el mundo. En el siglo XIX, cuando los judíos estimulaban en los racistas europeos la misma bilis que despiertan hoy los inmigrantes, se hablaba de asimilación, que no sonaba tan bien, pese a referirse a lo mismo: renunciar a la cultura propia y abrazar con entusiasmo la de acogida. La integración sería, como lo fue en el pasado la asimilación, la clave de bóveda del debate, la intersección del diagrama de Venn que resolvería el supuesto problema de la inmigración.
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