Los límites de la hipocresía
El ‘caso Errejón’ nos lleva a ‘terra incognita’, porque refleja unas conductas distintas de las que solían alimentar nuestros clásicos escándalos de corrupción
La política ordinaria, la común, actúa de forma más o menos eficaz sobre nuestro entorno, pero también produce externalidades negativas. El mejor ejemplo de estos residuos que genera puede que sea la corrupción, o algunas otras conductas indeseables de sus actores. La democracia, para bien y para mal, no puede evitar tener que contar con el factor humano, que no depende solo de que vivamos bajo el neoliberalismo o de que nuestra sociedad sea patriarcal. Pero hemos llegado a un grado de civilización en el que al menos tenemos claro cuándo se quiebra la moral pública. Lo preocupante es que seguimos sin definir cuáles sean los límites de la hipocresía. Sin ella la vida social sería casi imposible, desde luego, pero produce cierto hartazgo contemplar ese desmedido afán por reivindicar la virtud propia y rebajar la del contrario. O, por decirlo en negativo, por agrandar los vicios del adversario y amortiguar los propios. No hay más que comparar la información que sobre los escándalos nos proporciona cada medio según su sesgo ideológico particular.
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