Los macarrones de los que no hablan Murakami ni Thoreau: la cocina doméstica silenciada que alimenta las grandes obras
Los dos años que Thoreau estuvo en su cabaña aleccionando al mundo acerca de la vida esencial del hombre puro, su madre, Cynthia Dunbar, le llevaba una cesta con calzoncillos limpios, camisas planchadas y una fiambrera con macarrones cada dos días
Estamos en 2004. Es un caluroso día de verano en el despacho de Haruki Murakami. Un soplo de brisa húmeda juguetea con las cortinas de gasa por las que se cuela el zumbido mundanal de la calle principal de Aoyama, el equivalente tokiota del SoHo neoyorquino, seis pisos más abajo.
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