Peones todos
En El peón, Paco Cerdà convierte la partida entre Bobby Fischer y Arturo Pomar en el hilo conductor de un brillante relato de hechos reales que describen el papel del ser humano en la sociedad
En el ajedrez, el peón blanco suele abrir la partida —la otra opción sería el caballo—. Forma parte del grupo de piezas más representado sobre el tablero. Son, en total, 16, ocho por cada bando. Están en primera línea. Por delante de reyes, damas, alfiles o torres. Son las figuras con mayor limitación de movimientos. Serán las primeras en caer. El ejemplo perfecto de la desigualdad: para un peón, avanzar cuatro o cinco escaques será todo un logro que implicará otros tantos movimientos; otras piezas podrán recorrer esa misma distancia en un único desplazamiento. El mayor anhelo del peón será llegar hasta el otro lado y regresar a su bando convertido en dama. Pero las reglas y un tablero inmenso juegan en contra de que pueda cumplir ese sueño. Los peones irán quedando fuera del cuadrilátero. Abandonados. Olvidados. Y mientras, la partida se decide en movimientos que ellos ni tan siquiera podrían imaginar. Entenderán desde fuera que aquel juego al que jugaban no les pertenecía. Aunque a veces, qué cosas, el desenlace de la partida depende de ellos.
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