Sorolla, la luz como placer
Franco y yo llegamos a Valencia el mismo día. Yo sabía que aquel mar era el que había pintado Sorolla
Hace ya muchos años Franco y yo llegamos a Valencia el mismo día, un 9 de octubre, festividad de san Dionís, patrón de los pasteleros. Al parecer el dictador venía para tomarse una paella a bordo del portaaviones Coral Sea de la Vl Flota norteamericana, fondeado en aguas de la Malvarrosa, el primer navío de guerra que se paseaba por los mares de España después de la firma de las Bases, y yo llegaba desde el pueblo a la ciudad con una maleta en la mano para estudiar el preuniversitario. Al atravesar la huerta de Alboraya, los vagones de aquel tren borreguero se habían llenado de perfumes agrícolas y por las ventanillas se veían rocines arando y labradores encorvados sobre los surcos creados a tiralíneas. Era el espacio literario de La barraca, de Blasco Ibáñez.
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