Bienal de Lyon: los poderes ilimitados del arte para replicarse
La cita, una de las más importantes de Europa, se inscribe en la repetición habitual que distingue a estos grandes encuentros del sector. Solo un puñado de obras de primer orden salvan a esta convocatoria de la banalidad
Una bienal de arte es, antes que un lugar, el momento en el que un ser humano y otro que no está presente están más cerca. Si bien la definición podría encajar en la acción de leer, mirar un cuadro o una escultura, lo que identifica a este tipo de eventos fugitivos es la capacidad del narrador o narradora (el comisario o comisaria) de articular, más allá de cualquier cliché, los puntos críticos de la historia de ese encuentro plural que la hagan extraordinariamente audaz, exacta y sugestiva. Una aspiración que cumplen muy pocos, de manera que estos acontecimientos artísticos, que condensan decenas de obras de autores de diferentes culturas, terminan en ripios que encima leemos con acento severo y sapiencial. Apenas se distingue alguna cría de cisne entre los patitos del estanque. Todas acaban pareciéndose, particularmente en su intrascendencia.
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