Por qué no es tan terrible decir ‘mondarinas’ y ‘cocretas’
Las denominaciones no normativas de algunas comidas son motivo de burla injustificada. Bajo la defensa de “lo correcto” se esconde el desdén hacia ciertos estratos sociales
Unas tienen una forma cilíndrica o de barril y, bajo su crujiente rebozado, esconden una explosión de untuosidad con tropezones de jamón, huevo duro, atún o chipirones que las sitúa en el top de recetas favoritas de nuestro país. Las otras son jugosas, fácilmente transportables, con una piel que se deja quitar sin esfuerzo y una disposición en porciones que permite comerlas de forma ordenada y, con un poco de suerte, sin apenas mancharse. Y sin embargo, no son pocas las personas que, a la hora de nombrarlas, vacilan. ¿Por qué?
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