Como matar a un monstruo
Domique Pélicot desafía a los jueces y al mundo, y al hablar y pedir disculpas, consigue que aparten la vista por asco y vergüenza. Asco de él y vergüenza de nosotros mismos
Hace mucho que sabemos que los monstruos no se esconden bajo la cama o dentro del armario. Tampoco acechan en el bosque o en los fondos abisales de los mares. No tienen colmillos grandes, ni cuernos, ni escupen fuego, ni rugen. Los dragones ya no son tan fáciles de matar como en tiempos de San Jorge. No sé cuándo sucedió, pero, un día, esa reunión de aldeanos que llamamos humanidad se dio cuenta de que los monstruos eran indistinguibles de los miembros más bellos y sabios de la asamblea. Cada vez que un monstruo se delataba, provocaba un temor nuevo que nada tiene que ver con los miedos ancestrales. Es la perturbación del reconocimiento: miramos al monstruo y nos vemos a nosotros mismos.
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