Razones por las que volver a Esauira (Marruecos) siempre es buena idea
El té a la menta de la Pâtisserie Driss, el perfume a ajetes tiernos que desprenden los jardines junto a Bab Sebaa, los atardeceres en el bastión de Bab Marrakech... El desenfado artístico y el espíritu de apertura de la ciudad marroquí atraen hoy a los visitantes tanto como el color púrpura para los antiguos exploradores
En la Antigüedad, los fenicios rondaban la bahía de Esauira (Marruecos) y su islote deshabitado buscando caracoles. No cualquier caracol, sino aquel que, con sus babas al sol, producía el tinte púrpura tan bien cotizado para teñir tejidos de reyes y representantes terrenales de las divinidades. Pero para obtener un gramo de tintura había que recoger, al menos, 10.000 de esos moluscos, por lo que el atractivo de aquellas playas de vientos alisios se multiplicaba y les obligaba a volver. Durante varios siglos esta ciudad atlántica de Marruecos, cruce de caminos de las diásporas transaharianas, conoció épocas medievales de promesas europeas que la dejaron semifortificada (su antigua medina fue declarada patrimonio mundial por Unesco en 2001), tiempos de resistencia de la población local, nuevas expectativas portuarias y vertiginosos descensos poblacionales hasta llegar al momento actual de sostenido auge de su sector cultural y turístico con el que la conocemos en nuestros días.
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