Una cena para la eternidad: Zalacaín y Rekondo, reunidos en un ágape histórico para celebrar medio siglo de historia
Uno cumple 50 años y el otro, 60. Asistimos al festejo del legado de dos restaurantes que han refinado el paladar de varias generaciones.
Las paredes de Zalacaín no pueden hablar. Pero si lo hicieran, lo harían con una voz ronca y casi imperceptible, como si fuera un hilillo, por todo el tabaco que se ha fumado aquí durante un gran periodo de su amplia trayectoria. Lo cuenta Roberto Jiménez, uno de los dos maîtres actuales de esta institución del buen comer. Y que durante un tiempo también lo fue del buen fumar. “La mayoría de las veces teníamos que abrir las puertas de la entrada a la hora de la comida por la humareda que se formaba en el salón. Los muros quedaban negros”, recuerda Jiménez, que comenzó a trabajar aquí con 17 años. Hoy cuenta con 40 en el oficio de servir, atender y hacer disfrutar a la concurrencia.
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