Una historia de amor y prejuicios

Gabriel Baroli, futbolista argentino, llega a España como uno de los grandes fichajes de uno de los clubes más potentes. Es un tipo peculiar ­—comparado no solo con los prejuicios que acompañan a los futbolistas, sino también a los de la sociedad en general—: le gusta leer, el cine de autor, el teatro o las cenas con conversaciones interesantes. Tiene, como todo el mundo, su mochila particular. Un padre adicto al alcohol que no estuvo presente durante mucho tiempo. Y, sobre todo, una soledad extrema que lo acompañó durante sus años en una residencia para jóvenes futbolistas en La Plata. Allí, en una etapa clave para la educación sentimental de las personas, Baroli se sintió solo. Sintió miedo a equivocarse, a no estar a la altura. Pero también se acongojó por sus sentimientos. Porque le atraían los chicos en un ambiente en el que la homosexualidad era una opción que no se contemplaba. Una vez en Madrid, bajo el foco de la atención mediática y con la repercusión que tiene el fútbol, toda aquella presión se dispara exponencialmente. Entran en juego el dinero, el amor o la opinión pública. Y se abre una oportunidad para la audacia, para que alguien dé un paso al frente y pueda compartir su experiencia para que otros jóvenes puedan tener una guía y evitar el miedo a sus propios sentimientos. Otra cosa bien distinta será cómo el ecosistema futbolero acepte esa posibilidad para avanzar.

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