Una letraherida de ediciones de bolsillo
En mi casa siempre hemos temido mucho a los lepismas. Organizábamos zafarranchos de limpieza para proteger nuestros bienes más preciados: los libros. Una casa sin libros no era un hogar
A los lepismas se les llama poéticamente pececillos de plata. En mi casa siempre los hemos temido mucho. “¡Que se comen los libros!”, decíamos aterrorizadas ante la idea de que las páginas del Ulises apareciesen mordisqueadas por el insecto. Organizábamos zafarranchos de limpieza para proteger nuestros bienes más preciados. Los libros. Una casa sin libros no era un hogar. Era un lugar de paso, el minúsculo apartamento alquilado para las vacaciones: en los estantes, pegajosos hules y cubiertos necesitados de una esterilización. En agosto, a la puerta de los comercios y por las esquinas de mi lugar de veraneo, nos tropezamos con cajas llenas de libros regalados. “Qué bonito”, decimos. “La cultura en la calle”. Nos paramos a curiosear. Rebuscamos. Nos llevamos La oscura historia de la prima Montse, editada con letra de pulga pedorra: nadie duda del vínculo entre bibliofilia y entomología, lo que me lleva a pensar en Kafka y su metamorfosis.
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