Ahogados por el Levante Feliz
El pueblo valenciano, tan reconocido fuera por su relación mágica con el fuego, está mucho más íntimamente marcado por su relación freudiana con el agua, tal y como cantaba Raimon: ‘Al menu país la pluja no sap ploure’
Bracero. Yo no sabía qué significaba esa palabra, pero había que escribirla cada otoño en la beca escolar para detallar el oficio del padre. Bracero. Muchos años después supe que es así como denomina el diccionario a un jornalero no cualificado que trabaja en el campo. Un peón que vive de su brazo; pura sinécdoque sin piedad. No un hombre: apenas un brazo, nada más. Sin embargo, mi padre era mucho más que esos brazos que cada mañana recogían naranja, la sacaban en cajones y la veían marchar en polvorientos camiones. Mi padre era –todavía es– un hombre de campo muy cualificado, un maestro vocacional en cultivar toda clase de fruta y verdura en su pequeño bancal. Ahora lo recuerdo tantos días de mi infancia mirando, serio, por la ventana. Con la vista puesta en el cielo y murmurando esperanzas o temores.
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