El olor del café y el del pan tostado nos condicionan para siempre
Crear memorias positivas relacionadas con la alimentación cotidiana podría ser un instrumento útil para impulsar rutinas saludables
El aroma del café deslizándose por la taza o el de la ropa recién lavada meciéndose tendida despreocupadamente, el bisbiseo de la leña silbando entre las llamas o la promesa que concede la cocción de una cazuela al fuego operan en nosotros el mismo hechizo que provoca en los peces la sombra de una mano en la superficie del acuario antes de recibir su ración de copos. Los estímulos condicionados forman parte de nuestro comportamiento y, en muchos de ellos, se cruzan situaciones vinculadas con la comida. Actúan como un paradigma de aprendizaje asociativo entre acontecimientos y conductas reflejas. Si un niño oye la música de un carro de helados antes de que este doble la esquina, la melodía le disparará la satisfacción que provoca rechupetear una bola de chocolate. Por sí mismo, un estímulo —un perfume, una fotografía, un gusto, una palabra o una canción— es neutro, no despierta ninguna reacción, a no ser que previamente haya existido un proceso de refuerzo entre este y un vínculo, como en el caso de la melodía del carro de helados.
Salpicón y granizado
¿Cuál es tu reacción?