La vida es bella en los campos de concentración de Giorgia Meloni
Resulta difícil de creer que en Europa se tome como “modelo” la crueldad organizada
Un día, hablando de cine con Sergio del Molino, me comentó de pasada que no le gusta nada la película La vida es bella. Volví a verla tratando de averiguar la razón de su rechazo y reparé en que su planteamiento pasa por mentir a un niño para que no reconozca el horror que le ha tocado vivir. De lo que no se sabe, no se sufre, debe de pensar el padre protagonista mientras es deportado junto a su hijo a un campo de concentración nazi. “¿Ves cómo llora esa mujer?”, pregunta Roberto Benigni al niño. “Es porque a su hijo pequeño no le han dejado venir”. Pues bien, esa misma táctica es la que está usando Giorgia Meloni en la vida real, la de mentirnos para evitarnos un dolor, el de tener que convivir con la realidad de la inmigración. Su guion sería más o menos así: “¿Habéis visto qué suerte tienen las 16 personas migrantes que vamos a encerrar en Albania? ¿Veis cómo lloran? Es de alegría”.
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