Desnudos, calor demencial y países en conflicto: cómo Pasolini logró terminar ‘Las mil y una noches’
Hace 50 años se estrenó una película que retrata paisajes y rostros de Irán, Yemen o Nepal, y que condensa los motivos por los que el legado del boloñés sigue siendo igual de polémico
“Llegamos a un aeropuerto desolado entre el desierto y el mar, coronado por funestas y paradisiacas montañas rosas. Al otro lado de las montañas estaba la ciudad y llegamos a ella desde tierra firme, cruzando un vallecito desnudo y polvoriento donde habían construido, con el indescriptible desorden habitual, la parte moderna de la ciudad. Se me encogió el corazón, la oscuridad cayó sobre mí. Me di cuenta de que, obstinadamente, la historia defraudaba mis ilusiones antihistóricas con estúpida ferocidad”. En septiembre de 1973, Pier Paolo Pasolini escribió para la edición italiana de la revista Playboy una larga crónica sobre su búsqueda de localizaciones y reparto en África para rodar Las mil y una noches (1974), la película que estaba terminando. Aquella debía ser la última parte de la Trilogía de la vida que había comenzado con El Decamerón y continuado con Los cuentos de Canterbury. Ambas películas habían tenido un éxito comercial poco habitual en la filmografía del boloñés, acostumbrado a facturar películas ensayísticas y experimentales que rompían los tópicos del neorrealismo, así que la última de ellas, una adaptación libérrima de algunos relatos de la archiconocida recopilación medieval de cuentos árabes, tuvo más presupuesto y una producción mucho más ambiciosa. Pero no fue fácil llevarla a la práctica.
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