¿Todo lo que se llama periodismo merece la misma protección?
Aunque aún no haya una ley democrática que regule el secreto de las fuentes, existen organismos que ya apuntan a la necesidad de identificar conductas que no pueden beneficiarse de este derecho
La unión entre democracia y libertad de imprenta —así se le llamó inicialmente— se fraguó en un tiempo que ya no es el nuestro. Los liberales clásicos enseguida comprendieron que el poder absoluto tendía a la desmesura y era incompatible con la existencia de plataformas que posibilitaran la crítica y la aprobación. No es que el periodismo fuera algo bello en sí mismo, pero su aportación funcional a la democracia política era tan evidente que dejó de poder entenderse una cosa sin la otra. Tocqueville resume bien esa contrariedad cuando afirma que su amor a la libertad de prensa procede en mayor medida de los males que impide que de los bienes que realiza.
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